Pienso en esto
de la virtualidad, en este mismo instante mientras escribo esto y tengo una
video llamada grupal con unas amigas y me hago presenten en un curso de la
chamba. Antes acomodar la agenda era una locura, de hecho desde que salí de la
universidad no puedo manejarme sin tener una agenda, acomodar el tiempo para
estar siempre a la hora, atender todos mis asuntos, contabilizar mis horas de
almuerzo y claro que en todo esto he tenido que dejar varias cosas pues se me
sobreponían en horario, ahora podemos estar en 5 lugares a la vez y en los 5
quedar regios. Esto de la virtualidad es una locura, si bien es cierto nos da
la facilidad de estar en distintos lugares al mismo tiempo, que desde el
escritorio de nuestra sala podemos estar en clases universitarias, en la mesa
de la cocina podemos estar en la junta de gerencia, desde el comedor podemos
estar escuchando misa y sin decir la de talleres y cursos que se pueden hacer
mientras uno está en el baño. Tómense un
seguro para analizar esto, que es algo que no nos detenemos mucho a pensar,
también estamos abriéndole las puertas de nuestra casa a todos ellos, tal como
lo dice ese comercial de pinturas, esa mancha de tu pared la está mirando tu
jefe, esa araña aplastada en tu pared la miran tus alumnos. Yo tengo el chance
de verlo desde 3 puntos de vista, desde la que da clases, la que recibe clases
y la que escucha las clases de otro. Cuando supe que tendría que dictar clases
virtuales, mi primera preocupación fue DONDE, es obvio que era en mi casa, el
tema era el lugar, pase al menos 3 días buscando la pared idónea, esa pared que
indique seriedad, compromiso de trabajo, vocación de servicio y
profesionalismo: conclusión, no la encontré. Las paredes de mi casa tiene
colomural – a mi mamá le encantaba y no sé porque hasta el día de hoy no lo
hemos cambiado- el colomural es de niños
con flores en las manos y unos parajitos parados sobre unas plantitas,
todos en una onda bien romanticona – es lo que hay señores- así que después de
varias pruebas, ensayos y encuestas con mis amigas, decidí que sería frente al
ropero, centro la cámara justo en la puerta de madera y no se ve más. Quiero
hacer un pequeño stop aquí, para decir que yo nunca he sido muy amiga de las
herramientas virtuales, las cosas básicas siempre han sido lo mío, esto de las
aulas virtuales, moodle, meet, zoom,teens, outlock y no sé qué tantas cosas más
se volvieron en herramientas indispensables y básicas para todos, en menos de
una semana tenías que aprender cómo manejar todas esas salas, cambiar tus
clases de formato, hacer que tus alumnos aprendan y volver tu casa tu nueva
aula de clases, todo en una nomás. La primera clase que di, juro que no dormí
bien la noche anterior, tuve pesadillas: que no podía prender el micro, que se
me iba el internet, que entraba un hacker a enseñar penes o negritos africanos
de ojos grandes, que el perro ladraba justo cuando estaba hablando, que había
temblor, que mi maquina se colgaba…todo lo peor pensé, y siendo justos paso
todo lo que menos imagine, el día de mi primera clase, me encerré en el cuarto pidiéndole
a los Apus detener el tiempo 1h45m: a mi sobrino le tomaron examen sorpresa,
así que estuvo gritando por su mamá para que lo vaya a ayudar, luego como dio
mal el examen, lloró; mi sobrina tenía clases de música, así que se puso a
practicar la flauta en la puerta de mi cuarto, se acabó el gas, así que mi mamá
llamo a gritos a mi papá para que venga el del gas, que cuando vino desató los
ladridos indiscriminados del perro; no quiero restarle importancia al señor que
vende en su camioneta, que ese día se estaciono en la puerta a gritar por su
megáfono: HUEVO, PALTA, MANGO, VERDURA FRESQUITA CASERA. Había pensado que me
fallaría la tecnología, pero no había contado con el factor EL MUNDO AL REDEDOR.
Pasando los detalles técnicos de ese lado, paso a lo que es dictar clases de
manera virtual, mil veces prefiero un salón con 60 pubertos escandalosos, que
una sesión virtual con 20 cuadraditos con nombres, hacerlos prender la cámara
es más difícil que encontrar un político sincero. Nunca me sentí más sola que
en el dictado de mis clases virtuales: Sr. Lopez, si está presente por favor
encienda su micrófono, Sr Lopez? Sr. Lopez?- silencio sepulcral- bien le podré
falta, aquí estoy profesora- el fantasma se manifestó. Ahora quiero ser
sincera, yo hago lo mismo en los cursos, sobre todo en los que nos imponen en
el trabajo. No les pasa que ahora que estamos en modo de trabajo no presencial,
nos han llenado de cursos, talleres y reuniones. Antes te podías dar el lujo de
salir de la chamba de dejar todo ahí: cosas buenas, malas y las que te
emputaban; pero ahora no, te persiguen hasta a la hora de dormir. Se acabó
oficialmente el horario de oficina, ahora tienes la obligación de “ponerte de
camiseta” y estar disponible todos los días a todas las horas, en cualquier
momento. Tienes reuniones de capacitación, interminables por cierto, porque
siempre hay el sexagenario que no sabe ni como prender el micrófono, o el
treintañero que no sabe cómo funciona el moodle (no nos llevamos muy bien),
talleres de salud mental y física, los que por cierto duran como 2 horas- lo
divertido que es escuchar por dos horas a una señora con voz dulcísima,
enumerar una a una las cosas que tú haces todos los días y decir que esos son
los peores hábitos de vida- después de eso están las reuniones de área, en la
que el jefe o jefa aprovecha, cada ves de manera menos disimulada, para decirte
que tu trabajo pende de un hilo y que si no te pones a disposición, puedes ir r
rezando por el siguiente bono del estado. He recibido tantos cursos sobre cómo
manejar el zoom, que debería a estas alturas de mi vida, ser una experta, casi
una PhD en eso, pero los muy pendencieros lo actualizan cada dos meses, por lo
tanto, en el momento que te sientes el Zeus de la sala porque sabes cómo borrar
las pichulitas que dibujan los alumnos sobre tus diapositivas, los botones que
te enseñaron deberías de presionar, han desaparecido. Quiero retroceder un poco
a la frase “ponerse la camiseta”, es el pretexto perfecto que han encontrado en
los trabajos para explotarte, no se a ustedes, pero a mí me llaman hasta a la
hora del almuerzo, cuando creo que ya termine todo lo del día y apago la
computadora, me llega un mail para decirme que tengo que llenar una nueva ficha
o mandar evidencia, o ingresar los datos a un nuevo sistema de control, me paso
más horas viendo la pantalla de mi computadora que a mí misma, en más de una
reunión con mis compañeros me olvide que tenía un lápiz en el cabello o la
chompa del pijama. Como testigo de las sesiones virtuales de mi familia, debo
reconocer que he sido de lo peor, en una reunión de trabajo de mi hermana, le
reclame porque no había jalado la bomba del baño, en una clase de mi sobrino me
cruce por detrás en pijama y en una clase de mi sobrina no me percaté de que el
micro estaba prendido y le sople la respuesta de lo que le preguntaba la miss.
A pesar de la distancia que debemos mantener, siempre se encuentra la forma de darle la vuelta a la situación y entramos la forma de mantenernos juntos, y aunque ya deben de haber fotos de mi dormitorio en el mapa de google y de los numerosos comentarios sobre mi colomural de niñitos nórdicos, rubios y dulzones, nos queda aún para largo, así que toca seguir buscando locaciones y rezando para que el señor de los helados por un sol, no decida pararse nuevamente en mi puerta, el día que tomo examen oral.
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