76.- MI CASA CON ESPIRITUS
Sí, estoy tomando una referencia muy cercana al título de unos de los best seller de mi muy admirada y escritora favorita Isabel Allende, pero de hecho lo mío tiene poca relación – o tal vez si- con el hermoso libro de mi amiga la Chabe. Desde que termine de escribir el número 75 (Florecer), me quede pensando en mi casa, está en la que vivo, que es la casa de mi abue, mi Maruja, en la que viví con ella muchos años felices – los más felices puedo decir- y en la que vivo hoy sola, acompañada de mi fiel hija perruna Bernarda. Una pregunta común de la gente cuando saben que vivo sola es ¿no te da miedo? Y cuando saben que vivo en una casa vieja, donde muchos de los que fueron sus habitantes ahora están en otro plano, me dicen ¿NO TIENES MIEDO? Siempre la respuesta es no. Cuando volví a esta casa, luego de la muerte de mi Maruja, cuando volví a esta casa enorme, donde siempre estuvimos las dos, ahora yo sola, sentí que mi corazón se hacía más chiquito, como si se hiciera bolita él solo, casi fue un santuario para mí al menos por un año, cuando finalmente me decidí a –al menos- mover alguna cosa de lugar. Repasando la historia de esta casa, sumando y restando, toda mi familia ha vivido un tiempo aquí, desde mi bisabuela, mis tíos, mi madre, mis hermanas, mis primos, mis tíos abuelos, creo que no hay alguien que no haya tenido una temporada aquí, la casa familiar, la casa a donde todos podían ir, la casa donde siempre hay camas y baños – algunos ubicados en lugares muy extraños como en medio del patio- baños para todos – limpiando el jardín, limpiando debajo de la escalera que va al segundo piso, encontré un bajo, 36 años para enterarme. Hay 3 pérdidas que me han fragmentado, cada una quebrando un pedacito de mi corazón a la vez: mi tía Arcenia, mi tío Arturo y mi Maruja, ellos son para mí – como dice la canción de Alejandro Saenz- hay gente que no consigues olvidar jamás, no importa el tiempo que eso dure; los 3 han vivido en esta casa. Cuando volví sola a esta casa, me advirtieron que tuviera cuidado, porque ellos o mi Bisabuela Juana que también vivió aquí y que está con ellos ya en el cielo, estarían rondando por aquí, que los espíritus siempre se quedan en los lugares donde han estado. Claro, cualquier persona hubiera huido despavorida, sin mirar atrás a llenar todas las esquinas de agua bendita y a traer 4 padres para que hagan 90 rezos, hacer 5 pagos a la tierra y matar 5 cuyes y 4 gallinas negras, pues ¿Qué creen? Lo que más ansiaba era poder volver a sentirlos aunque sea un ratito, la ilusión que me daba cruzarme con ellos al menos así, poder verlos, escucharlos, no lo sé, solo tenía una certeza ¿Cómo iba yo a tenerle miedo a alguien que amaba tanto? No me paso un segundo por la cabeza que alguien que me había amado tanto en la vida, me pudiera hacer algo, de hecho, saber que ellos iban a estar aquí conmigo, fue uno de los impulsores a que yo me venga a vivir sola a esta casa. Nunca los he visto, por más que yo he querido, nunca se han presentado ante mí, pero mentiría si les digo que nunca los he sentido: hay veces que entro en la cocina y huele a los guisos que preparaba mi Maruja, otras veces cuando estoy por olvidarme la llave siento de reojo que alguien pasa y al voltear recuerdo q estoy saliendo sin la llave, otras veces cuando me siento sola, suena en la radio la canción favorita de uno de ellos, alguna vez olvido donde deje algo y al voltear la cabeza lo encuentro; ellos siempre encuentran la forma de llegar a mí. Siempre he creído que todos somos energía y una parte de esta se queda en los lugares donde vivimos, donde somos felices, donde dormimos, donde comemos, donde estamos; en estas paredes hay tanta, la historia en ellas hace que seamos un foco energético luminoso que se ve desde la Saturno.
Recuerdo que cuando mi tía y mi Maru se sentaban en la cocina a pelar habas y yo iba con un cuaderno a tomar nota de las historias familiares, de los nombres de tatarabuelos y de tías que nunca conocí, así me enteré de las fiestas que hacían en la casa, del duende del batán, del entierro de un tesoro que hicieron hace muchos años unos arrieros en el patio y que nunca nadie saco por temor al antimonio, supe también de los cuyes de la mamá Juanita y de los caracoles del jardín, supe del gusto de mi Maruja por usar las ollas viejas de maceteros y de cómo en el departamento de atrás han vivido todos mis tíos, supe cómo fue que mi hermana que cayó de las escaleras jugando con mi otra hermana, como se escondían mi Maruja y mi tía debajo de la cama cuando su mamá les quería pegar y supe también de el mejor lugar para esconderse cuando jugaban escondidas, ciertamente nunca supe porque tomaba nota de todas esas historias, solo pensaba que habían pasado tantas cosas que yo no sabía y que quería saberlo todo, no sabía que el tiempo con ellas se me estaba agotando y que era el mejor tiempo invertido de mi vida esas conversaciones sobre Chinanpatitas y tías monas que nunca entendí bien, quisiera poder cerrar los ojos y escuchar las risas de esas épocas, tengo la esperanza de que si pego bien la oreja a la pared podré escuchar algún eco aun. Sí, mi casa está llena de espíritus, vivo en una casa llena de mis amados espíritus familiares y todas las noches, cuando apago la luz y me toca cruzar por el patio oscuro o cuando tengo que atravesar el corredor oscuro que de pequeña me hacía correr de miedo, voy tranquila; cuando apago la luz de mi cuarto y me pongo a pensar que estoy sola y me quiere entrar un pequeño temor, recuerdo que hay tantos aquí conmigo, que cualquiera al entrar se espantaría de ver a tanto espíritu junto que no llegaría a poner los dos pies aquí y saldría corriendo. Me siento segura, me siento protegida, me siento cobijada, sé que están aquí, los siento, mi corazón hecho bolita los percibe y en esa lejanía corporal de ellos, con 0.01% de su presencia aquí, yo soy feliz.